La Verdad Ultima
Extracto del libro Introducción al budismo
por Gueshe Kelsang Gyatso. Esta sección incluye los temas: La vacuidad del yo y La vacuidad del cuerpo | ||||||||||
La verdad última es la vacuidad. La vacuidad no es la nada, sino la carencia de existencia inherente. La mente de autoaferramiento proyecta de manera errónea una existencia inherente a los fenómenos. Todos los fenómenos aparecen ante nuestra mente como si existieran de forma independiente y, sin darnos cuenta de que esta apariencia es equívoca, asentimos instintivamente a ella y aprehendemos todos los fenómenos como si existieran de forma inherente y verdadera. Ésta es la razón principal por la cual nos hallamos atrapados en el samsara.
En la realización de la vacuidad hay dos etapas. La primera consiste en identificar con claridad el modo en que los fenómenos aparecen ante nuestra mente, como si existieran de forma inherente, y cómo creemos con firmeza que esta apariencia es cierta. Este proceso es lo que se llama «identificación del objeto de negación». Para que nuestra comprensión de la vacuidad sea correcta es de suma importancia comenzar con una idea clara de lo que hemos de negar. La segunda etapa consiste en refutar el objeto de negación, esto es, probarnos a nosotros mismos por medio de varios tipos de razonamientos que el objeto de negación en realidad no existe. De este modo, llegaremos a realizar la ausencia o inexistencia del objeto de negación.Debido a que nuestro aferramiento hacia nosotros mismos y hacia nuestro cuerpo es mayor que hacia otros objetos, debemos comenzar contemplando la vacuidad de estos dos fenómenos. Para ello, nos adiestramos en las dos meditaciones que se explican a continuación: la meditación sobre la vacuidad del yo y la meditación sobre la vacuidad del cuerpo. |
La vacuidad del yo
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Identificación del objeto de negación
A pesar de que nos aferramos constantemente al yo como si existiera de forma inherente, incluso cuando dormimos, no es fácil identificar cómo este yo aparece en nuestra mente. Para identificarlo con claridad, hemos de empezar dejando que se manifieste con fuerza al contemplar aquellas situaciones en las cuales generamos con más intensidad de lo normal un fuerte sentimiento del yo, como ocurre cuando nos sentimos avergonzados, turbados, atemorizados o indignados. Recordamos o imaginamos estas situaciones y entonces, sin necesidad de analizarlas o de juzgarlas, intentamos percibir con claridad la imagen mental de este yo apareciendo de manera espontánea y natural. Hemos de tener paciencia, pues es muy posible que necesitemos varias sesiones de meditación hasta que logremos percibir con claridad esta imagen mental del yo. Llegará un momento en el que nos daremos cuenta de que el yo parece ser algo concreto y real que existe por su propia parte sin depender del cuerpo o de la mente. Este yo que aparece tan vívido es el yo con existencia inherente al que queremos profundamente. Es el yo que defendemos cuando nos critican y del cual nos enorgullecemos cuando nos alaban.Una vez hemos imaginado cómo surge el yo en estas circunstancias límite, hemos de intentar identificar cómo se manifiesta de manera normal en situaciones menos extremas. Por ejemplo, podemos observar el yo que ahora lee este libro e intentar ver cómo aparece en la mente. Al final comprobaremos, que aunque no tengamos un sentimiento tan fuerte del yo, aún lo percibimos como si existiera de forma inherente, por su propio lado y sin depender del cuerpo ni de la mente. Una vez tengamos la imagen de este yo inherentemente existente hemos de concentrarnos en él por un cierto tiempo para, a continuación, pasar a la segunda etapa de la meditación.
Refutación del objeto de negación
Si el yo existe de la manera en que aparece, ha de existir de una de las cuatro formas siguientes: como el cuerpo, como la mente, como el conjunto del cuerpo y de la mente o como algo separado del cuerpo y de la mente. No existe ninguna otra posibilidad. Reflexionamos sobre estos puntos con cuidado hasta que quedemos convencidos de que es así. Entonces pasamos a examinar cada una de estas cuatro posibilidades:1. Si el yo es el cuerpo, no tendría sentido decir «mi cuerpo» porque el poseedor y lo poseído serían la misma cosa. Si el yo es el cuerpo, no habría renacimiento porque el yo dejaría de existir cuando el cuerpo perece. Si el yo y el cuerpo son la misma cosa, debido a que podemos generar fe, soñar, resolver problemas matemáticos, etc., se deduciría que nuestra carne, huesos y sangre deberían poder hacer lo mismo. Ya que ninguna de estas hipótesis es cierta, se deduce que el yo no es el cuerpo. 2. Si el yo es la mente, no tendría sentido decir «mi mente» porque el poseedor y lo poseído serían la misma cosa. Pero, por lo general, cuando pensamos en nuestra mente, decimos «mi mente», lo cual indica con claridad que el yo no es la mente. Si el yo fuera la mente, dado que cada persona posee muchos tipos de mente, tales como las seis consciencias, mentes conceptuales y mentes no–conceptuales, etc. se deduciría que cada persona posee tantos yoes como mentes; y como esto es del todo absurdo, se deduce que el yo no es la mente. 3. Puesto que el cuerpo no es el yo ni la mente es el yo, el conjunto del cuerpo y de la mente tampoco puede ser el yo. El conjunto del cuerpo y de la mente es un conglomerado de cosas que no son el yo; ¿cómo, entonces, puede este conjunto ser el yo? Por ejemplo, en un rebaño de ovejas no hay ningún animal que sea una vaca y, por consiguiente, el rebaño en sí no puede ser una vaca. De la misma manera, del conjunto del cuerpo y de la mente, ninguno de los dos factores que lo forman es el yo, por lo que el conjunto en sí tampoco puede ser el yo. Es posible que encuentres este punto difícil de entender, pero si reflexionas sobre él con tiempo y calma, y lo discutes con otros practicantes de más experiencia, se irá esclareciendo. También puedes consultar libros autorizados sobre el tema como, por ejemplo, el Corazón de la Sabiduría. 4. Si el yo no es ni el cuerpo ni la mente ni el conjunto de estos dos, la única posibilidad que queda es que sea algo separado del cuerpo y de la mente. Si esto fuera así, deberíamos ser capaces de aprehender el yo sin percibir el cuerpo o la mente; pero si imaginamos que nuestro cuerpo y mente desaparecen, no quedaría nada que pudiera denominarse el «yo». Por lo tanto, se deduce que el yo no es algo que exista separado del cuerpo y de la mente. Imaginamos que nuestro cuerpo se disuelve de manera gradual en el aire. Luego nuestra mente se disuelve, los pensamientos se desvanecen en el viento, nuestros sentimientos, deseos y consciencia desaparecen en la nada. ¿Queda algo que sea el yo? Nada en absoluto. Podemos darnos cuenta de que el yo no es algo separado del cuerpo y de la mente. Tras haber examinado las cuatro posibilidades no hemos conseguido encontrar el yo. Antes decidimos que no hay una quinta posibilidad, por tanto, concluimos que ese yo de existencia inherente, que aparece normalmente tan vívido, no existe. Allí donde antes encontrábamos el yo de existencia inherente, ahora, encontramos su ausencia. Esta ausencia es su vacuidad, la falta de existencia inherente del yo. Realizamos esta contemplación hasta que en nuestra mente aparezca la imagen mental de la ausencia del yo de existencia inherente. Esta imagen es nuestro objeto de meditación. Hemos de familiarizarnos con él y, para ello, nos concentramos en él sin distracciones. Debido a que desde tiempo sin principio nos hemos aferrado a este yo inherentemente existente y lo hemos querido y protegido más que a ninguna otra cosa, la experiencia de no poder encontrarlo en meditación puede resultarnos desconcertante. Algunas personas sienten miedo creyendo que dejan de existir del todo. Otras se sienten más felices al ver que la fuente de sus problemas se desvanece. Ambas reacciones son buenas señales de que nuestra meditación va por buen camino. Al cabo de un cierto tiempo, estas reacciones iniciales irán disminuyendo y nuestra meditación será más estable. Entonces seremos capaces de meditar en la vacuidad con calma y control. Debemos dejar que la mente se absorba en el espacio infinito de la vacuidad por tanto tiempo como podamos. Es importante recordar que el objeto de concentración es la vacuidad, la ausencia de un yo inherentemente existente, y no un mero vacío. De vez en cuando hemos de vigilar cómo va nuestra meditación. Si nuestra mente vaga tras otro objeto o si hemos perdido el significado de la vacuidad y nos estamos concentrando en una mera nada, hemos de volver a repetir las contemplaciones a fin de percibir la vacuidad con claridad. Podemos pensar: «Si el yo de existencia inherente no existe, entonces, ¿quién está realizando esta meditación? ¿Quién se va, al terminar esta sesión de meditación, a hablar con otras personas, y a contestar cuando pronuncien mi nombre?». A pesar de que no hay nada en el cuerpo o en la mente, o fuera de éstos, que sea el yo, no quiere decir que el yo no exista de ninguna manera. Aunque el yo no existe de ninguna de las cuatro maneras mencionadas, aún existe a nivel convencional. El yo es meramente una designación imputada por la mente conceptual sobre el conjunto del cuerpo y de la mente. Mientras estemos satisfechos con la simple designación de «yo», no hay problema. Podemos pensar: «Yo existo», «me voy a dar un paseo», etc. El problema surge cuando buscamos un yo distinto de la mera imputación conceptual «yo». La mente de autoaferramiento se aferra a un yo de existencia última, independiente de la imputación conceptual, como si hubiera un 'verdadero yo' detrás de tal designación. Si tal yo existiera, nos sería posible encontrarlo, pero hemos comprobado tras este análisis que no podemos hallarlo. La conclusión de nuestra búsqueda es que no podemos encontrar tal yo. Esta imposibilidad de encontrar el yo es su vacuidad, la naturaleza última del yo. Por otra parte, el yo que existe como una mera imputación es la naturaleza convencional del yo.
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